jueves, septiembre 02, 2010

La revolución

Cerró los ojos, tragó aire y se quitó el vestido. Comenzó a caminar por la avenida Corrientes completamente desnuda, serpenteaba entre los autos dejando un halo de incredulidad en los transeúntes, en los conductores desaforados y atónitos. Un hombre, desde el interior de su 206 plateado dejó de hablar por celular cuando ella asomó por su ventana, unos niños enfrascados en una Kangoo comenzaron a saltar en el asiento trasero y una dama en su Chrysler le lanzó una mirada entre sorprendida y ofendida, como si su desnudez fuera un oprobio.
Marina disfrutaba del espectáculo que ella misma estaba dando, vibraba extasiada, su cuerpo delgado y publicitario estaba pletórico, ebrio de energía. Día tras día había recorrido la transitada avenida, desde Zival’s (era vendedora) a su casa, desde Zival’s a Marcelo – T (y un proyecto de socioloca), desde Zival’s a Liberarte (además cinéfila), desde Zival’s al Lorange o al San Martín y después a Güerrin por unas enormes porciones de pizza de verdura (vegetariana, obvio) con unos helados porrones de cerveza (pero no abstemia, en absoluto).
Marina con sus veintitrés, con su cuerpo desnudo y su pubis expuesto estaba haciendo la revolución. Ese gesto tan simple, tan sencillo como puede ser el de desprenderse de un ropaje, un acto tan cotidiano como el desvestirse estaba tornándose en un fragmento de Telenoche, en un recuadro de Clarín. Era como un granito en la punta de la nariz o un pocito de celulitis en la cola de Nicole Neumann, posando para la última portada de la Cosmo.
Avanzaba con decisión sobre sus stilettos animal-print Ricky Sarkany, cada paso que daba era peor que una bofetada, que un escupitajo en la cara de la hipocresía solapada porteña que se viste de traje y attache. Su cuerpo era un clamor violento, algo así como el Grito de Edvard Munch desparramándose corrosivamente por la avenida y aturdiendo a los ciudadanos más respetables y decorosos.
Marina disfrutó cada uno de sus pasos, los paladeó golosamente, se sintió maravillada, seducida por el poder que su propio cuerpo podía otorgarle, liberado de los nimios retazos de tela que a diario lo constreñían y lo envolvían en la anomia signada por las casas de moda, por las nuevas tendencias y los colores de la última temporada.
Se detuvo en Corrientes 1555 y entró. Caminó sin titubear entre los clientes boquiabiertos (algunos casi jadeantes) y presentó en el mostrador el vhs que cargaba en la mano. “Vengo a dejar esta película”, espetó con una naturalidad que rayaba el desenfado. El muchacho que atendía estaba perplejo y no fue capaz de articular palabra. Apoyó la caja plástica sobre el mueble, “Cuando pienso en el Che” estaba lista para ser consumida visualmente por otro cinéfilo amigo. Marina dio media vuelta y se fue sintiéndose díscola, pionera y orgullosa de su propia rebeldía, sabiéndose dueña y creadora de su propia y primera pequeña revolución.   

4 comentarios:

  1. Me gustó. Al menos es una forma no agresiva de revolución, no le hace daño a nadie, y rompe un poco de convenciones ridículas. El otro día estaba viendo unas fotos de fines del siglo XIX, y me preguntaba: "¿Cómo pueden vivir con tanta tela encima?". Y sirve para mostrar que hay formas diferentes de vivir.

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  2. Me encantó, la tercera vez que lo leo y me gusta más, vamos adelante !! ya tienes un libro ilustrado =D

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  3. ¿Cómo hacían para vivir con tanta tela encima? Convenciones, costumbres, pudor y status. La moda no es nada sencilla.
    Tengo la frase justa para vos, Fernando: "La moda no incomoda".

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