sábado, enero 01, 2011

Higiene


Ilustración por Lucía Martina Ruiz López

Higiene

Eva abrió la canilla del agua caliente y el agua comenzó a llenar la tina. Jugueteó con el enorme botón de su pantalón, era redondo y plateado. Le fascinaba sentir su metálica frialdad en las yemas de sus finos dedos de porcelana. Eva lo desprendió, el pantalón se deslizó dócilmente entre sus piernas y cayó rendido en las baldosas blancas. Eva se quitó la remera y observó en el espejo. Una hermosa muchacha de palidez lunar y cabello azabache le devolvió una melancólica mirada.
Colocó dos fanales colorados en los extremos de la bañadera. Ritualmente prendió las velas y decidió callar a la lamparita que, insistente, gritaba con su luz ensordecedora iluminándolo todo. Tomó las sales de baño y echó un puñado. Eva acercó su pequeño pie al agua y apenas la rozó. Comenzó a sumergirse lentamente. Una sensación envolvente de delicada tibieza recorrió su piel.
Eva se recostó en la tina y cerró los ojos. Las llamas danzaban dentro de los fanales. Una luz carmesí le iluminaba el rostro inmutable. En la habitación imperaba una quietud intoxicante. De pronto, una lágrima, impertinente, molesta, rodó por la mejilla tersa y levemente rubí quebrantando la calma.
Eva contrajo sus labios y párpados, pero ya era tarde. Una tormenta se había desatado en su interior y no podía contenerla. De sus ojos brotaban lágrimas de la más solitaria de las penas, de una tristeza corrosiva y atroz, cancerígena, ígnea, sofocante. Comenzó a gemir, sollozaba y se lamentaba sin tapujos, sin vergüenza, sin ninguna clase de reparos.
Su cabeza ardía en llamas de desconsuelo, de miseria y desesperanza. Eva se encogió, rodeó sus piernas con los brazos y apoyó las rodillas en el pecho. Su llanto era cada vez más lamentable y espectacular. De los ojos sanguinolentos brotaban lágrimas sin interrupción, los sollozos eran angustiantes y lastimosos, la respiración difícil y entrecortada. La mano derecha comenzó a temblarle, pero Eva no se detuvo.
Lloró por minutos enteros, lloró de manera enérgica y constante, agitada y perturbadora. Lloró hasta extenuarse, hasta sentirse completamente vacía y marchita. Cuando Eva ya no pudo llorar más, hundió su cara en el agua y se levantó. Se cubrió con una tolla blanca y corrió el tapón de la bañadera. El agua comenzó a deslizarse apresuradamente por el drenaje. Eva no se movió. Tiesa e increíblemente frágil, se quedó a observar como se escurría hasta la última gota de agua y de pena.