lunes, mayo 02, 2011

Relaciones Oníricas


Ilustración por Lucía Martina Ruiz López

Relaciones Oníricas


Relaciones Oníricas


Entró al consultorio dando un portazo involuntario, del que se disculpó de manera incierta con un gesto en los labios. Estaba vestida con un traje ceñido y rayado de color beige, muy a la moda, muy Zara. El conjunto ejecutivo estaba complementado por unos lentes Infinit de color negro y un discreto celular que guardó de inmediato. Tenía el cabello corto y negro azabache. Sus ojos eran de un azul germánico y glaciar. Tenía la mirada de una muñeca antigua de porcelana.
Dejó el portafolios a un costado del diván. y sin ceremonias comenzó la sesión casi sin mirarme. Desenfundó un paquete de Gitanes y sin preguntar si me molestaba que fumara, encendió el cigarrillo. Abrió la boca y escupió sus intimidades con la misma entonación de quien dicta un informe.
-        Vengo porque hace muchos días que tengo el mismo sueño. Bueno, con algunas variaciones, pero en principio es siempre igual. Sueño que tengo pene y que cada noche penetro a mis empleados. Todas las noches es un empleado distinto, lo raro de todo esto es que únicamente me pasa con los hombres. Yo soy heterosexual, actualmente estoy en pareja. Tenemos una vida sexual sana y activa. No planeamos tener hijos, no es conveniente para nuestras carreras. Mi novio, Gerardo, nunca está en mis sueños. Solo me pasa con los hombres que trabajan conmigo.
-        Buenas, tardes. Mi nombre es Felipe Innocenti. Veo que su visita tiene un objetivo muy claro, Srta. Aïs.
-        Si, quiero resolver este inconveniente. - respondió impasible, casi como si en lugar de estar conversando con una persona, su psicoanalista, estuviera hablando con su Notebook – Francamente me interesaría tener otra clase de sueños, o al menos dejar de soñar que tengo pene y abuso de mis empleados. Anoche, soñé que encontraba a Tomás en la fotocopiadora, le pedía que hiciera una copia de unos memos y me contestaba que no podía ya que no había papel. Él es el que se encarga de llevar la cuenta del stock de insumos de oficina de nuestro departamento, entonces yo me encolerizaba muchísimo, muchísimo y me crecía un pene enorme. Entonces lo que hacía era penetrarlo por la cola y ambos lo disfrutábamos. ¿Entiende que Tomas es tan solo un muchacho? Tiene 21 años y en mis sueños yo lo penetro.  
-        ¿Usted encuentra a Tomas atractivo?
-        No, no particularmente. Así como tampoco a mis otros 12 compañeros de trabajo con los que ya tuve relaciones oníricas.
-        Sexualmente, ¿usted disfruta de estos encuentros en sus sueños?
-        Si, mucho. Me encanta la sensación de tener un pene y poder penetrarlos.
La Srta. Aïs me golpeó con su mirada azul. Un leve rubor involuntario enardeció mis mejillas. Bajé la mirada, un tanto avergonzado. La mujer, captó mi gesto de inmediato. Su torso y sus rectos modales, tan mecánicos y calculados cesaron. Ella cambió de olor, tenía el aroma de un animal cargado de sexo. Se sentó en el diván y de un salto se incorporó en los tacos de 9 cm. Comenzó a caminar por la habitación, abusando de su gitane.
-        Es una sensación completamente primitiva e increíblemente poderosa, casi como un orgasmo furioso.
Se paró frente a mí, mirándome fijamente. Fumaba observándome, alta, amenazante, a punto de devorarme. Mis años de estudio, mi doctorado, los congresos, nada importaba: tan solo su pollera. La Srta. Aïs posó su cigarrillo en el cenicero de mi escritorio. Me miró escrutándome, entrecerrando la mirada. Se acercó y sin decir palabra, me tomó por la cintura, me levantó y metió sus dedos helados en mi entrepierna. Me quitó los pantalones con un gesto frío y mecánico, dejó mi sexo desnudo y completamente erecto al descubierto. Sin mirarlo si quiera, me condujo hacia el escritorio. Se puso a mis espaldas y comenzó a acariciar mi pene mientras penetraba mi cola con sus dedos.
El efecto fue abrumador, de inmediato eyaculé en su mano. Al sentir mi orgasmo entre sus dedos, se detuvo. Miró el semen como quien observa una obra de arte y se lo llevó a la boca. Se relamió unos segundos. Me subió los pantalones y se dirigió al baño. Me quedé estupefacto, parado en medio de la habitación. Abrió la puerta y salió como si nada hubiera pasado. Tomó su portafolios, su saco y con la misma frialdad con la que entró me dijo:
-        Doctor Inoccenti, esta sesión fue muy provechosa. Mi secretaria se contactará por los honorarios. Que tenga muy buenas tardes.        
Sin más, cerró la puerta y se fue: la habitación olía a sexo.