sábado, septiembre 25, 2010

Y se detuvo el mundo

Matías llegó a su casa después de la facultad. Se había levantado a las 8, había trabajado 9 horas y lo único que deseaba a las 23.30 hs era tomar un vaso de coca y estar en la compu. Encendió su laptop y, cuando cargó el sistema operativo, abrió el msn. Sus amigos lo saludaban desde ventanas de 16 x 19 cms. Mientras saludaba a su novia se dió cuenta que tardaba en cargar su página de inicio. En el explorer, google dio error. Presionó actualizar página. Obtuvo el mismo resultado. Limpió el historial del explorer, eso seguro que resolvería el problema. Volvió a tipear: www.google.com. El mismo error lo sorprendió con su inesperada pero conocida data. Cargó facebook y pudo entrar a la página. Conexión tenía, la pudo chequear en su ícono de conexión de red inalámbrica. Además estaba chateando y el resto de las páginas cargaba. Sorprendido, decidió probar con firefox: lo mismo. Tan solo quedaba una posibildad: ¿era posible que google se hubiera caído? Le pidió a su novia que entrara en el buscador. Sofía le respondió: “ Sofi dice: amor, a mi tampoco me andaaaaaa!”. Sobrecogido, se dió cuenta de que no funcionaba. “Mati dice: Google no anda! debo estar soñando!!!! =S”. Y se detuvo el mundo.  

Proverb

Every cloud has a silver lining

martes, septiembre 21, 2010

¡Se come las eses!

Esto es parte del diálogo que tuvieron Juanita, maestra de tercer grado y Agustina, mamá de Pablo:

- Buen día señora Perez, gracias por venir.

- Buen día, Juanita. Digame, ¿por qué me citó? ¿Qué pasa con Pablito?

- Le comento: Pablito omite las eses...

- ¡¿QUE PABLITO SE COME LAS ESES?!

- Si, es un caso raro emp...

- ¡Esto es inaudito! Eso en casa no lo hace. Seguro que es por una mala influencia, nosotros, mi marido y yo, no somos grandes literatos, pero los dos tenemos formación universitaria. En casa tenemos libros, leí el Código da vinci completito; sin omitir ninguna página. Comprendo que quizás no fomentamos la lectura lo suficiente, pero hay otras cosas en la vida aparte de la lengua, sin ir más lejos mi marido es contador y yo soy bioquímica. Tiene que ser acá, en esta escuela, tiene que tener un mal ejemplo. ¿Juanita usted no se come las eses verdad? No, claro que no, usted es maestra. Pero quizás algun amiguito menos acomodado. ¡Mirá vos! Uno lo manda a una escuela privada pensando que deja a su hijo en manos de gente bien y mirá con lo que se encuent...

Juanita se mordió el labio nerviosamente y le extendió el cuaderno de Pablito. Agustina leyó:

Marte* 15 de *eptiembre, día de *ol

El perro corre.

El gato ronronea.

El *apo *alta.

El pájaro vuela.

- ¡Ah!- dijo Agustina- ¡Omite las eses!- se puso colorada a más no poder. Nunca había estado más avergonzada.

- Sí- dijo Juanita- . Como le decía, empezó el martes pasado. Calculo que es una broma, algo para pasar el tiempo. Hable con él por favor.

- Si, claro. Gracias Juanita. Y disculpeme por lo que le dije.

- No hay problema, dijo Juanita con una sonrisa poco convincente.

Agustina se fue caminando por el pasillo. Bajó la escalera, salió del colegio y subió al auto. Como suele ocurrir habitualmente con la gente que habla demasiado, la tierra no la tragó.  

domingo, septiembre 19, 2010

¿Mi vida?

Adela amasa la pasta, troza la albahaca y la arroja a la salsa. De la alacena saca la sal y sala la salsa. La gusta: la salsa ya está. 
¡Llora la beba! Adela la alza y abraza. Ana calla. Largamente la amamanta, Ana traga y traga hasta que calma. 
Adela ama la casa, en especial la sala. Blanca y larga es la sala, amplia. Adela lustra la plata y cambia de agua las plantas. 
Tabatha, la gata, maúlla exaltada. Adela la saca al zaguán: -¡Andá a maullar allá!- exclama enfadada. 
¡Cuántas cosas pasan! ¡Cansa trabajar de ama de casa! Andar de acá para allá atareada toda la jornada. 
Adela no es haragana: lava las sabanas y la manta de lana, saca la tabla y plancha la bata a rayas, sin nada de marcas. 
Adela esta cansada y la asalta la pausa. Llora lágrimas amargas: ¡Pobrecita Adela, se le escapó la vida!

jueves, septiembre 16, 2010

Ruinas Circulares

Cerró los ojos y abrió una puerta. Caminó a tientas unos pasos por la habitación en esa vieja casa sin sentido que había heredado y que estuviera deshabitada. Estaba débilmente iluminada y un gran ventanal cubierto de una gruesa tela decoraba el sitio de manera lúgubre y densa. Allí dentro, abriendo y cerrando puertas, había perdido la noción del tiempo y el espacio. Se preguntó cuántas piezas más hubiera en esa mansión de la que de niño escuchara a su hermano decir que era laberíntica. Cerró los ojos y abrió una puerta.  

lunes, septiembre 13, 2010

Humedad

 “Llueve, la ropa va a quedar con olor a humedad”.
Brenda miraba por la ventana y pensaba en el momento en que Martín volviera a buscar su ropa. Miraba impaciente su celular como si el mensaje de texto pudiera materializarse frente a sus ojos gestado por el poder de su deseo: “Bren, cuando puedo pasar por casa a buscar las cosas y tomamos un café?, de Martín Cherniaski. Pero la lluvia se escurría frente al vidrio de su ventana y el celular no sonaba.
Recordó el roce de su pecho en la espalda, cuando dormían por las noches. Juntos, puros, intocables en su reino onírico, pletórico de luna y maullidos; soñando vagar eternamente por callejuelas solitarias, ebrios, fundidos en un abrazo de a dos. Sonó el celular. Mensaje de Martin Cherniaski: “Brenda, olvidate de mí. Tirá mis cosas, no voy a volver a casa”.
Obediente y sumisa, Brenda se dirigió al lavadero. Descolgó su ropa. Abrió la puerta del balcón y arrojó las prendas con toda su fuerza. Los calzoncillos flamearon indignos en caída libre desde el noveno piso. Sonó un celular. Mensaje de Brenda Cerutti: "Ok".
Por la mañana, una media luchaba por su vida pendiendo del alcantarillado. Un barrendero pasó con su escoba y se la llevó. La lluvia se arremolinaba frente a la ventana del balcón. Brenda dormía, pura, intocable en su reino onírico, pletórico de luna y calzoncillos voladores.  

jueves, septiembre 02, 2010

Ilustración




ILUSTRACIÓN POR LUCIA MARTINA RUIZ LOPEZ

La revolución

Cerró los ojos, tragó aire y se quitó el vestido. Comenzó a caminar por la avenida Corrientes completamente desnuda, serpenteaba entre los autos dejando un halo de incredulidad en los transeúntes, en los conductores desaforados y atónitos. Un hombre, desde el interior de su 206 plateado dejó de hablar por celular cuando ella asomó por su ventana, unos niños enfrascados en una Kangoo comenzaron a saltar en el asiento trasero y una dama en su Chrysler le lanzó una mirada entre sorprendida y ofendida, como si su desnudez fuera un oprobio.
Marina disfrutaba del espectáculo que ella misma estaba dando, vibraba extasiada, su cuerpo delgado y publicitario estaba pletórico, ebrio de energía. Día tras día había recorrido la transitada avenida, desde Zival’s (era vendedora) a su casa, desde Zival’s a Marcelo – T (y un proyecto de socioloca), desde Zival’s a Liberarte (además cinéfila), desde Zival’s al Lorange o al San Martín y después a Güerrin por unas enormes porciones de pizza de verdura (vegetariana, obvio) con unos helados porrones de cerveza (pero no abstemia, en absoluto).
Marina con sus veintitrés, con su cuerpo desnudo y su pubis expuesto estaba haciendo la revolución. Ese gesto tan simple, tan sencillo como puede ser el de desprenderse de un ropaje, un acto tan cotidiano como el desvestirse estaba tornándose en un fragmento de Telenoche, en un recuadro de Clarín. Era como un granito en la punta de la nariz o un pocito de celulitis en la cola de Nicole Neumann, posando para la última portada de la Cosmo.
Avanzaba con decisión sobre sus stilettos animal-print Ricky Sarkany, cada paso que daba era peor que una bofetada, que un escupitajo en la cara de la hipocresía solapada porteña que se viste de traje y attache. Su cuerpo era un clamor violento, algo así como el Grito de Edvard Munch desparramándose corrosivamente por la avenida y aturdiendo a los ciudadanos más respetables y decorosos.
Marina disfrutó cada uno de sus pasos, los paladeó golosamente, se sintió maravillada, seducida por el poder que su propio cuerpo podía otorgarle, liberado de los nimios retazos de tela que a diario lo constreñían y lo envolvían en la anomia signada por las casas de moda, por las nuevas tendencias y los colores de la última temporada.
Se detuvo en Corrientes 1555 y entró. Caminó sin titubear entre los clientes boquiabiertos (algunos casi jadeantes) y presentó en el mostrador el vhs que cargaba en la mano. “Vengo a dejar esta película”, espetó con una naturalidad que rayaba el desenfado. El muchacho que atendía estaba perplejo y no fue capaz de articular palabra. Apoyó la caja plástica sobre el mueble, “Cuando pienso en el Che” estaba lista para ser consumida visualmente por otro cinéfilo amigo. Marina dio media vuelta y se fue sintiéndose díscola, pionera y orgullosa de su propia rebeldía, sabiéndose dueña y creadora de su propia y primera pequeña revolución.