viernes, octubre 01, 2010

La cena

-Mi queridísimo, con este tiro se define. El poker de unos ya lo tengo, si saco uno más... Aspiró una honda bocanada de su puro y sonrió.
-¡Abajo!- gritó.
Efectivamente el seis me deslumbró con toda la opacidad de sus puntos negros.
-¡La apuesta, querido! Te espero en el living... ¿Soy la única que va a tomar whisky? No te olvides del hielo.
A regañadientes mi abuelo tomó la pila de platos y se dirigió a la cocina. Todas las noches apostaba con mi abuela por los platos sucios de la cena y todas las noches terminaba lavándolos con una resignación de delantal y esponja. Seguí a mi abuela a la sala. Ella ya estaba sentada en el viejo sillón con estampado de flores. Siempre me pregunté quién le habría regalado ese mueble, ya que en 27 años no la he visto con una flor. Cada maceta que le regalan perece a falta de agua o luz o simplemente se suicida después de algunos días en la casa.
El primer regalo que recuerdo de mi abuela fue un ta - te - ti. Al principio apostábamos porotos, tiempo después algunos caramelos que ella misma traía de regalo cuando nos visitaba. Por más que yo, con la enérgica obstincación de mis infantiles cinco años, practicara con el endemoniado ta- te- ti, perdía cabal y metódicamente frente a mi abuelita. He llegado al borde de las lágrimas. Pero mi abuela, ahora razono, se percataba de mi desasosiego y me dejaba ganar. Es que desde que tengo memoria, ella es una maestra del juego.
Mi madre me ha contado historias de su infancia y yo aún las recuerdo. A principio de mes, después de cobrar su sueldo como profesora de historia en un colegio secundario, desaparecía sin aviso en un casino y no se sabía más de ella. En más de una ocasión volvió sin un centavo, pero fueron más las veces que dobló o hasta triplicó su sueldo. Mi madre recuerda la amarga espera del abuelo en la casa, sentado en la misma cocina en que hoy cenamos los tres. Una cadena de cigarrillos en su boca y mi mamá en la habitación de al lado sin siquiera suspirar de preocupación. Cuando mi abuela aparecía y habia ganado, siempre tenía regalos para todos y el enojo de mi abuelo debía esperar a la intimidad de su cuarto de casados. Cuando perdía, que fueron unas pocas ocasiones, mi abuelo le hacía jurar que era la última vez que se escapaba al casino con la plata de todo el mes, promesa que quebraba el día de pago del mes siguiente.
Así vivieron durante décadas. Ahora mi abuela es jubilada y aún no ha perdido el amor por el juego. Ahora va con mi abuelo al casino. Hicieron varios viajes después de una noche de suerte. A mi me regalaron esta computadora en la que estoy escribiendo; a mi hermano su primer consultorio odontológico, equipado con el mejor instrumental; a mi mamá y mi papá su luna de miel en Cuba y una segunda luna de miel a París. Aún después de todos estos beneficios gracias al juego, nadie más en la familia heredó esta pasión. Creo que eso le molesta un poco y que mientras toma su medida de whisky por las noches, es un pensamiento que como un velo, le pesa sobre los ojos.
Suena un celular. Es el de mi abuela. Mi abuelo se lo regaló para saber a donde estaba. Cuando no atiende durante una hora sabe que es momento de ir al casino a buscarla. La que llama es una amiga con la que arregla para ir al bingo este sábado. Después de hablar por teléfono, se levanta y va a la cocina. Pienso que va a buscar hielo, pero no puedo estar más equivocada. Se fue a convencer a mi abuelo de ir al casino. Y ya que me he negado a acompañarlos, me toca a mi terminar de lavar los malditos platos de la cena.

1 comentario:

  1. Muy lindo cuento...
    Es la prueba que se puede viajar en el tiempo con sólo una birome y una hoja de papel!

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