miércoles, octubre 13, 2010

El corazón y la conciencia

Raúl era un ladrón. Pero no era cualquier ladrón, era un boquetero. Él era albañil, y la historia de cómo se vio involucrado en ese robo al banco Macro de Callao 264, en pleno centro porteño, es otro cuento. No niego que es muy interesante. Pero esa es una historia que puede llegar a interesarle a Pol – ka producciones. No a mí.
El botín de las cajas de seguridad había sido cuantioso. Los cuatro cómplices tenían años de vida de relajo asegurada. Nuestro personaje vivía tranquilamente en un PH alquilado en el barrio de Almagro, cerca de la plaza. No ostentaba, pero vivía bien. Dos de sus compañeros se habían ido del país. Realmente no los extrañaba.
A decir verdad, nada en la vida de Raúl era realmente extraordinario. Lo que convertía a Raúl en un boquetero excepcional, no era su capacidad para imaginar los planos de los lugares que visitaba, o el conocimiento de materiales para la construcción o deconstrucción, tampoco que a sus 50 años seguía ejercitándose y uno podía ver su silueta sudada corriendo por Parque Centenario, cualquier día a las 20 horas. No.
Lo que hacía a Raúl realmente único, era el hecho que sentía culpa. Él no era un católico practicante. Pero la educación que recibió y su madre, lo condenaban. La madre de Raúl vivía en Turdera y tenía 72 años. Él aún seguía visitándola todos los domingos, para el almuerzo. Ella era profundamente católica e intentaba con sus esfuerzos de anciana de fe que fuera a misa, que retomara la palabra del Señor.
Raúl la escuchaba, le llevaba flores y bombones. La colmaba de atenciones. Pero en realidad sentía que moría cada vez que ella le mencionaba las sagradas escrituras. “Rulito querido, hoy recé por vos, para que no tengas ningún accidente de trabajo. A mi me da tanto miedo esas obras, tan peligrosas, sos tan valiente... Es por tu angel guardián, sabés que él te protege.” Y a Raúl se le encogía el corazón.
Y tanto se le encogió el corazón que un jueves a las 20.25 corriendo por Parque Centenario tuvo un infarto. Apenas si tuvo tiempo de detenerse a tomar aire, pero no era suficiente. Cayó desplomado al piso, entre la gente. Entonces sintió una sensación de paz muy grande y sintió que estaba en un tunel. Hacia el final, obvio, la luz. No sentía dolor, ni hambre, ni miedo. La luz se hizo más grande y supo que estaba en el cielo. ¡En el Cielo! ¡Nada más y nada menos!
Raúl pensó que él no merecía estar allí ya que era un ladrón y había violado uno de los diez mandamientos. Pero terminó de pensarlo y una voz que no venía de ningún lado y de todos le dijo: “Raúl, no temas. Tienes un buen corazón. Cada quien tiene sus defectos”. Raúl sobrecogido gritó para sus adentros: “¡Pero robé, robé con premeditación y alevosía, robé y la engañé a mi madre”. La voz se fue oyendo cada vez menos y el dolor comenzó a volver de a poco. Pero claramente oyo: “Rulito, el que roba a un ladrón...”.
Y se despertó. Estaba rodeado de gente consternada. Por suerte había caído del lado del Durand así que en minutos llegó un enfermero. La gente lo consolaba e intentaba socorrerlo. La culpa había desaparecido. Y es así como ahora, completamente recuperado, planea su siguiente golpe.  

1 comentario:

  1. ¡¡Peligroso método para expiar las culpas!!
    Fantástico cuento, felicitaciones Maru.

    ResponderEliminar