La sombrilla apareció frente a
Andrés en el momento en que sintió que un chaparrón helado amenazaba helarle
los huesos. Por la calle 100 esa tarde recordó lo que era un aguacero en
Bogotá. Se había acostumbrado a mantenerse abrigado con sus chaquetas Northface
europeas impermeables repelentes al frío. Al sentir esas gruesas gotas en su
espalda supo que se iba a congelar como una estatua solo de mojarse con esa
lluvia de montaña. Se levantó de su puesto en esa tienda y llegó a la avenida
sin rumbo y con el espanto en el rostro.
Es ese momento, un vendedor pasó
a su lado ofreciendo sombrillas a $10.000 y solo por escucharlo volvió a la
vida.
Andrés: -¿A cómo las sombrillas?
Vendedor: -Son a $10.000. Hay de
color verde, morado y azul.
Andrés: -Quiero una azul –dijo-.
Le entregó un billete de mil pesos.
Vendedor: - Señor, que son a
$10.000.
Andrés buscó entre los billetes
de $50.000 y encontró uno de $10.000 en su billetera. Le pagó por la sombrilla
y la abrió encima de su capota negra. Se le ocurrió caminar para coger un taxi
y visitar en su panadería a su amiga pastelera. Era la única que esa
tarde podía ayudarlo a sentir calor en toda Bogotá. Frenó un taxi y le indicó
al conductor un sitio, una dirección en La Candelaria.
Todavía temblaba de frío cuando
abrió la ventanilla y el conductor comenzó a hablarle del partido de Nacional.
Andrés no tenía idea de fútbol y solo asentía. El conductor lo llevó a La
Candelaria y frenó.
Conductor: - ¿Está bien aquí?
Andrés: - Si, aquí es.
Conductor: - Son $20.000.
Andrés los pagó sin más y saltó
fuera del taxi. Cuando dobló la esquina para ir a la pastelería se
dio cuenta de que había dejado dentro del taxi su sombrilla nueva. Su cabello
sudado se pegaba a su capota. Vio el letrero del sitio de su
amiga “Patisserie du soleil”, pero las persianas estaban bajas. Quiso buscar su
celular para escribirle a Matilde por facebook.
Se dio cuenta de que no lo tenía. Tampoco su billetera.
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